Thursday, August 04, 2005

Perfil de Joaquin Lavin, por Carlos Peña



El Mercurio. Reportajes.
Domingo 31 de julio de 2005
Carlos Peña G.
Vicerrector Académico
Universidad Diego Portales

Es capaz de firmar piernas en un cabaret, bombardear nubes, hacer playas artificiales, simular nieve, poner torretas de vigilancia en medio de la muchedumbre, hacerse fotos desechables con el mismo empeño que antes se usaba en besar niños, viajar con vedettes para consolar soldados nostálgicos, reunirse con travestis, leer "Camino" con la regularidad con que otros leen el diario, sonreír con aspecto de escolar que no mata una mosca, rasgar vestiduras por el General, arrepentirse luego, disimular su astucia, escribir libros de ocasión, ir a misa diaria, rezarle al ángel de la guarda, copiar a Fujimori y orar a la Pachamama para que todo resulte bien en esta campaña que, esta vez sí Dios mío, parece estar difícil y, no cabe duda, sobre todo después de las declaraciones de Longueira (cría cuervos, murmurará cuando lo vea) se trata de la última.

No hay otro candidato capaz de semejantes empeños. El pudor para él no existe. Y el principio de no contradicción tampoco. En esto al menos es un hegeliano de manual.

El sector que lo apoya se opuso con vigor a toda forma de reconocimiento de los pueblos indígenas; pero él recurre a uno de sus ritos ceremoniales y a sus vestimentas (que cuando él las usa parecen inevitablemente un disfraz) para seducir al electorado.

Para sus adentros considera que la homosexualidad es una traición a la naturaleza, una malformación de la voluntad de Dios, una torcedura del destino que debe ser reprimida. Nada le impide, sin embargo, reunirse con travestis, proponer barrios rojos y simular que, después de todo, el asunto puede ser tolerado.

Consintió que se maltratara a sus aliados políticos, durante años llevó el cuchillo bajo la capa y participó en operaciones más o menos rudas para evitar que Sebastián Piñera le hiciera sombra; pero cuando la porfía de Piñera le mostró que el asunto no sería del todo fácil, declaró que eran socios y que, sin duda, la candidatura de su rival potenciaría la suya.

Vive de la política y para la política. Y se mueve como pez en el agua en medio de sus tormentas. En la definición de Weber es un político de profesión. Se levanta por las mañanas, se hace la partidura con esmero, y va a las conferencias de prensa, y a las reuniones donde se inventan cuñas y se imagina cómo vencer al rival, con la naturalidad de quien va a la fábrica o a la oficina y a fin de mes cobra puntualmente. Así y todo insiste que los políticos son una lacra, una forma ineficiente de la vida social que ojalá no existiera.

Sugiere que los ricos se cuidan solos y que a él de verdad le interesan nada más los pobres. Pero en los hechos ha sido el candidato de la derecha económica. Ella lo financia y lo mima y le tolera sus excesos a sabiendas que es el precio que hay que pagar -puaj- por evitar una derrota aplastante.

Insiste en que le interesan las soluciones concretas y no las ideologías; pero quizá sea el candidato más ideológico de los que están en competencia. Desde luego más que Piñera (cuya única ideología, sospecho, es el éxito) y más que Bachelet (en quien la abundancia ideológica parece haber sido sustituida por ese moderado pragmatismo que acompaña a quienes han sufrido y vienen de vuelta). En Lavín se entremezclan el conservadurismo religioso (en una variante que, conjeturo, mezcla a Escrivá de Balaguer y Augusto del Noce), el "libertarianismo" económico (en una modalidad que a veces, más que de Chicago, parece provenir de Hayek y de la escuela austríaca) y una tendencia a creer que el principal recurso para cambiar el mundo son las políticas públicas, el management y el marketing (algo que el mundo creyó a pie juntillas hasta que el terror mostró los dientes). Nada de eso es, por supuesto, explícito en Lavín. Es casi atmosférico. Esa mezcla ideológica es la que inspira a muchos de quienes lo apoyan y se ven representados en él.

Lavín es, a fin de cuentas, un político casi como los de antes. Y lo disimula bien. Ahí radican sus virtudes y sus defectos. Es un embutido de ángel y bestia. Un sujeto que -como todos los que están en competencia- aspira y desea el poder. Aunque para alcanzarlo tenga que adorar por algunos momentos al becerro de oro y, como si fuera un jesuita del siglo XVI, tenga que usar los dioses del lugar para convencernos.


(La foto gentileza de canal 13 en internet)