Nota: el rojo es mio.
¿DEMOCRACIA SIN DIOS?
SERGIO DÍEZ URZÚA, Presidente de Renovación Nacional
http://editorial.elmercurio.com/archives/2005/10/democracia_sin.asp
Como la calma que sigue a la tempestad, una vez inscritas las candidaturas presidenciales y parlamentarias, me siento atraído por una pregunta que apunta al fondo de todo proceso: ¿Es sólo la búsqueda de una cuota de poder lo que nos mueve? Siempre he entendido la política como una actividad con sustancia ética y raíces profundas. Nunca legislan mejor los hombres ni gobiernan mejor a los demás, que cuando lo hacen en armonía con el orden que Dios ha establecido.
Sin embargo, para muchos aparece casi como un dogma de fe la afirmación contraria: una democracia moderna sólo puede compaginarse con el agnosticismo en materia rel
igiosa, y con el relativismo en el campo ético; únicamente así se aseguraría la supremacía de la razón por sobre las creencias personales. En declaraciones recientes, el Presidente Lagos la ha llamado “laicismo ecuménico”.
Esta visión, que se llama a sí misma liberal, se aparta en realidad del liberalismo clásico de Montesquieu, Kant o Tocqueville, que entiende la democracia como un orden social en que la libertad reconoce unos márgenes naturales, no sujetos al consenso. Al liberalismo radical de nuestros días, en cambio, le resulta imposible aceptar una verdad objetiva acerca del hombre, un fundamento que vaya más allá de “los valores democráticamente reconocidos” o “la opinión mayoritaria”; en definitiva, permanece cautivo de las convenciones y no logra trascender los valores reconocidos de ipso en la sociedad.
Durante la segunda mitad del siglo XX, el agnosticismo y el relativismo han configurado un tipo de sociedad permisiva, que ha debilitado el orden jurídico frente a los excesos de la libertad. Pensemos en la proliferación del divorcio y la disgregación familiar, en el crecimiento de la delincuencia juvenil, en el aborto, en la droga, las manipulaciones genéticas y, más recientemente, el matrimonio homosexual.
No basta con que el sistema funcione democráticamente, si funciona para el mal. Se trata, en todo caso, de una democracia enferma, que ha perdido la brújula, precisamente porque carece de anclaje. Como lúcidamente señala ese gran héroe de la democracia que es Vaclav Havel, “la estructura de este mundo está constituida por valores que están ahí continuamente y, de algún modo, desde siempre”. Nos advierte Havel sobre los peligros de entender la política como simple tecnología del poder, donde las nociones de bien y mal pierden todo sentido.
En nuestro medio, como en el resto del mundo, se hace presente la pugna entre estas dos visiones opuestas: la del humanismo cristiano y la del liberalismo en su forma radical. Ambas proclaman los derechos de las personas, pero los fundan de una manera distinta. Los valores que sostiene la ética liberal tienen un fundamento puramente histórico, lo cual da cuenta de su fragilidad. Como lo demuestra la historia, una ética así no es capaz de resistir la prueba de un consenso que se vuelve contra el hombre.
El humanismo cristiano encuentra para los derechos fundamentales una base más sólida, como es el respeto de la naturaleza del hombre, entendida como algo permanente y anterior a cualquier organización social. Así lo reconoce nuestra Constitución Política en su disposición quizás más relevante: “El ejercicio de la soberanía reconoce como limitación el respeto a los derechos esenciales que emanan de la naturaleza humana”.
Lo absoluto es fundamento indispensable de una sociedad bien constituida. Si no hay valores objetivos, la soberanía no reconoce ya ningún límite. La conclusión evidente es que esta relativización de los derechos fundamentales debilita la base de la sociedad y el respaldo jurídico de esos mismos derechos. En cambio, si los derechos del hombre son absolutos, no pueden ser sobrepasados por ningún tipo de consenso.
El reconocimiento de una dignidad común nos permite fundamentar la convivencia en una base sólida y disponer de una orientación, de un camino. De lo contrario, los contrastes se hacen inconciliables, y no queda más que el criterio de la mayoría; entonces, estamos a un paso de que la fuerza se convierta en criterio del derecho, ya que el capricho de la mayoría podría prevalecer por sobre el legítimo derecho de la minoría.
Como advierte Juan Pablo II en “Veritatis Splendor”, la alianza entre democracia y relativismo acaba en la negación de los derechos fundamentales de la persona humana. Cuando Dios desaparece del horizonte social, se eclipsa también la criatura que es imagen suya.
Lo más siniestro de todo esto, es que este tipo de "Doctrina Teo-Politica", es compartida por miles de personas que aun no se han dado cuenta del real alcance de estas sentencias y afirmaciones, el orden politico debe responder al orden natural, establecido por Dios, por lo tanto, la estructuración del sistema social y politico, pre-existe al hombre; la movilidad social, las legitimas aspiraciones de la sociedad, las aspiraciones personales, no valen nada, porque Dios ya establecio el como debiamos vivir y afrontarnos, gracias a "Dios", tenemos a Sergio Diez, a Hermogenes y a tantos otros, que han recibido la "revelación" y hacen su obra aca en este mundo.
Que irresponsabilidad hace al asociar "cristianismo" con bondad y "ateismo" con maldad, sobretodo cuando en nombre del bien comun y de la Fe, se cometiron y se siguen cometiendo los crimenes mas barbaros y salvajes en la historia de la humanidad.
Parece que este capricho de la evolución nunca ha percibido que "Dios" y "Democracia" son conceptos absolutamente contradictorios.... Bueno, si en pleno siglo XXI habla de Kant, que más se puede esperar.