Había comenzado consumiendo de todo, copete, motes, cigarros. Nos lanzamos a los brazos del vicio y la perversión, como hijos que vuelven al hogar. Era nuestra dosis de nihilismo necesario, la claridad más absoluta sobre las cosas, todo resuelto, sin dudas, sin preguntas y sin ecos en la cabeza, parados en la esquina, tirándonos un mote más, con el desprecio total hacia todo aquello que no fuera parte de ese muy especial “los míos”.
Cantábamos viejas canciones de amor y lucha, sintiéndonos únicos, apartados de toda construcción y convención social, estábamos ahí por nosotros mismos, impolutos frente a todo lo que nos rodeaba.
Que queríamos? Lo queríamos todo, absolutamente todo, no dar nada y recibirlo todo, con nosotros no corre la mezquindad, queríamos que ese momento no se acabara jamás, una noche interminable de simplemente ser, hablar nuestro propio idioma, sentirnos como extranjeros y prenderle fuego a todo.
Porque estamos donde estamos? Cuales han sido las condiciones que permitieron esta realidad? Hay alguna posibilidad de otro algo? Sabemos lo básico, somos gladiadores en el circo romano, no tenemos historia, somos hijos del desarraigo y simplemente estamos arrojados al matadero, y nuestro trabajo es sobrevivir. La historia que nos otorgaron esta sembrada de cadáveres, ideas, generalizaciones y prejuicios. Otro trago más, y que importa? Nada. Sigamos en nuestro juego. Después de mil cagás, algo aprendemos a hacernos frente. La pregunta más culiá de todas, Como soy ante los ojos del resto? Una y mil weás; un canalla hijo de puta, amante, amigo, mercenario y bandido. Somos todo cuanto hemos pensado… Buda sabía de lo que hablaba.
Marginalidad, poder, calidad de oportunidades, el chascón Villegas y sus discursos llenos de frases prefabricadas, esperando el momento para ensamblarlas y lanzarlas como dardos al mundo de los incautos. Donde está el poder? No hay poder. El poder en el sentido clásico desapareció. El poder soy yo, es el como empleo mi mala conciencia, no La Moneda, no los ricos ni el capital. La caja de Vino Blanco y los cuatro motes en mi bolsillo son el poder, la marginalidad y mis oportunidades. Tal vez lo único bueno que ha salido de la sociedad industrial, ha sido la irrupción de las masas, y consecuentemente, el desplazamiento del poder, a un centro indiferenciado en constante movimiento. La conciencia de clase fue la partera de la autoconciencia, yo soy mi propio medio de producción, y por lo mismo, soy el amo y señor de mis reproducciones y destrucciones.
Cantábamos viejas canciones de amor y lucha, sintiéndonos únicos, apartados de toda construcción y convención social, estábamos ahí por nosotros mismos, impolutos frente a todo lo que nos rodeaba.
Que queríamos? Lo queríamos todo, absolutamente todo, no dar nada y recibirlo todo, con nosotros no corre la mezquindad, queríamos que ese momento no se acabara jamás, una noche interminable de simplemente ser, hablar nuestro propio idioma, sentirnos como extranjeros y prenderle fuego a todo.
Porque estamos donde estamos? Cuales han sido las condiciones que permitieron esta realidad? Hay alguna posibilidad de otro algo? Sabemos lo básico, somos gladiadores en el circo romano, no tenemos historia, somos hijos del desarraigo y simplemente estamos arrojados al matadero, y nuestro trabajo es sobrevivir. La historia que nos otorgaron esta sembrada de cadáveres, ideas, generalizaciones y prejuicios. Otro trago más, y que importa? Nada. Sigamos en nuestro juego. Después de mil cagás, algo aprendemos a hacernos frente. La pregunta más culiá de todas, Como soy ante los ojos del resto? Una y mil weás; un canalla hijo de puta, amante, amigo, mercenario y bandido. Somos todo cuanto hemos pensado… Buda sabía de lo que hablaba.
Marginalidad, poder, calidad de oportunidades, el chascón Villegas y sus discursos llenos de frases prefabricadas, esperando el momento para ensamblarlas y lanzarlas como dardos al mundo de los incautos. Donde está el poder? No hay poder. El poder en el sentido clásico desapareció. El poder soy yo, es el como empleo mi mala conciencia, no La Moneda, no los ricos ni el capital. La caja de Vino Blanco y los cuatro motes en mi bolsillo son el poder, la marginalidad y mis oportunidades. Tal vez lo único bueno que ha salido de la sociedad industrial, ha sido la irrupción de las masas, y consecuentemente, el desplazamiento del poder, a un centro indiferenciado en constante movimiento. La conciencia de clase fue la partera de la autoconciencia, yo soy mi propio medio de producción, y por lo mismo, soy el amo y señor de mis reproducciones y destrucciones.
Debajo del farol, un trampeo, un duelo mexicano en que todos vamos contra todos, gestos, códigos restringidos. Libramos barato, andamos duros y jugosos, picados a valientes, no estamos ni ahí, pero al mismo tiempo, estamos más ahí que nunca, no hay contradicción, la cotidianeidad se desplegó en dos direcciones distintas y en paralelo, no en una misma línea. Modos, todo son modos, superposición, simultaneidad, escalas.
Llegamos a un clandestino, puro ron barato, igual no más, nos trampeamos entre nosotros mismos, esperamos cosas que no hemos solicitado, más copete y nos miramos, gestos de disculpa y seguimos adelante. Todo lo que somos es a partir de las preguntas que no nos hacemos, nuestra construcción no es explicita. De pronto cambiamos y no nos damos cuenta hasta que es tarde, otras veces, actuamos por reflejo, el cerebro se apaga y aparece la pantalla con el modo por defecto. Poseemos muchas cosas que no sabemos como entraron ahí o que simplemente, queremos dejar de usar.
Me tiro el vaso y es de día. En las calles la gente camina a sus trabajos, se agolpa en los paraderos, los obreros compran sandwichs y café. Parece que es hora de que nos vayamos para la casa, y que todo lo que acabamos de ser, no es más que una mínima nota al pie, en la vida de quienes no dejamos dormir tranquilos.
Llegamos a un clandestino, puro ron barato, igual no más, nos trampeamos entre nosotros mismos, esperamos cosas que no hemos solicitado, más copete y nos miramos, gestos de disculpa y seguimos adelante. Todo lo que somos es a partir de las preguntas que no nos hacemos, nuestra construcción no es explicita. De pronto cambiamos y no nos damos cuenta hasta que es tarde, otras veces, actuamos por reflejo, el cerebro se apaga y aparece la pantalla con el modo por defecto. Poseemos muchas cosas que no sabemos como entraron ahí o que simplemente, queremos dejar de usar.
Me tiro el vaso y es de día. En las calles la gente camina a sus trabajos, se agolpa en los paraderos, los obreros compran sandwichs y café. Parece que es hora de que nos vayamos para la casa, y que todo lo que acabamos de ser, no es más que una mínima nota al pie, en la vida de quienes no dejamos dormir tranquilos.